“LAS ESTRELLAS Y LA RANA ” Fábula
Hace muchos años, cuando los
glaciares se extendían más allá del casquete polar, los animales eran los únicos
habitantes que corrían libres en la inmensidad de las selvas, montañas, mares y
llanuras. El agua de los ríos corría fresca y cristalina por sus cursos y la
naturaleza prodigaba frutas, flores y semillas abundantes, ofreciendo gran
variedad de alimentos a una fauna diversa y feliz. En ese contexto pacífico, se
reunían para conocerse y conversar animadamente y en ocasiones las mismas terminaban
con bailes y canciones. Organizaban encuentros al que concurrían todas las
especies del lugar y donde los más viejos relataban leyendas que les habían
sido contadas a su vez, -como una herencia- por sus mayores. Los jóvenes seguían
esas historias con mucha atención, porque les despertaba curiosidad y al mismo
tiempo les permitía adquirir conocimientos. Solían amenizar los encuentros,
efectuando movimientos cadenciosos, al son de ritmos que ellos mismos generaban.
Golpeaban con sus patas en el piso o sobre troncos huecos y arrancaban arpegios
de los mismos maderos con sus garras o picos.
Hablaban un idioma universal y el hombre estaba en una etapa
en la que aún no se había desarrollado ni alcanzado su actual dimensión.
En cierta oportunidad, los animales se
encontraban en un paraje de la selva formando un gran círculo en torno de un
viejo elefante. El “gran maestro”, como lo llamaban todos, se hallaba recostado
sobre un enorme tronco, respondiendo preguntas que realizaban los presentes. El
león más viejo organizaba y moderaba las charlas y se encargaba de llamar a
toda la fauna con unos potentes rugidos, que cruzaban la selva de una punta a
la otra.
Habían sido convocados para conocer: ¿Cómo y cuando se formaron
las estrellas?
El entorno estaba cubierto de una pluralidad animal
inestimable. Mientras, iban llegando algunos rezagados entre los que se
encontraba un zorro, que traía una espina clavada en su pata derecha y que le
impedía avanzar ligero, venía acompañado de una tortuga de tierra. Un topo de
hermoso pelaje dorado llegó detrás de ellos, -se había extraviado pues no vio las señales con que habían marcado
el camino- y un papagayo muy colorido, que se quedó charlando con cuanto ser
encontró en el viaje.
La ardilla, que había
viajado sobre el lomo de un reluciente caballo negro, cuando le llegó el turno
de hablar, dio unos golpes con su larga cola sobre la grupa del equino, mientras
preguntaba ansiosa:
- ¿Puede decirme maestro elefante,
como era ese cielo sin estrellas? ¿Por qué no nos cuenta cómo se formaron?
Y el maestro “que todo lo sabía”, acomodó sus grandes patas en
el suelo blando y mientras bamboleaba su pesado cuerpo, inició un golpeteo con
sus orejas creando un sonido rítmico y con esa voz que tienen los elefantes,
gruesa pero dulce, comenzó a contar melodiosamente lo siguiente:
- Según el relato de mis abuelos, cuando Dios organizó el universo se
propuso crear a los animales, poniendo a su alcance los elementos que le
permitiesen adaptarlos a sus necesidades y de ese modo, obtener comida y refugio.
Estaba Dios en esos quehaceres, -faltando aun crear las estrellas y otras
cosas más-cuando sucedió esto que voy a contarles,... escuchen con mucha
atención esta historia verdadera, que me llega de mis antepasados los mamuts.
En este momento se fueron incorporando otros animales a la
reunión, saludando a amigos y a familiares presentes. A medida que se
acomodaban en aquel escenario, iban sumando resonancias al fondo musical, intensificando
el ritmo impuesto al comienzo por el elefante, quien ahora proseguía su relato:
- En aquellas noches interminables la
luna alumbraba en absoluta soledad, el cielo nocturno era un manto negro sobre
el oscuro desierto. El sol no tenía la energía que tiene hoy, por lo que las noches eran
largas, muy largas y muy frías.
Todo pasaba de modo natural para
aquellos habitantes noctámbulos, hasta que una noche comenzaron a distinguir
que cientos, miles de luces, se elevaban desde la tierra hacia el cielo y a
medida que volaban y se dispersaban, iban quedando encendidas.
En ese camino aéreo, el resplandor titilante
fue iluminando sobre la región, una huella por donde corrían algunos animales,
entusiasmados con aquella luz tan mágica.
- ¿Qué es lo que está pasando, de donde
sale ese resplandor?, preguntó a un avestruz, un asno ignorante que corría
entre los pastizales y el borrico por mirar hacia arriba, se llevó por delante
unos palos en cruz, dando varias vueltas en su caída, pero sin sacar la vista
del cielo.
- ¡Es atrás de la lomada!, dijo la
lechuza en pleno vuelo. Un erizo, -asustado por lo que veía- se convirtió en
una bola y comenzó a rodar por la pendiente, dejando sola a la hembra, quien
seguía mirando al cielo. Un pequeño jabalí sorprendido por la intensa luz, trataba
de seguir el recorrido de esa nube radiante, pero no quería dejar el gran
tubérculo que estaba comiendo. El zorro gris embelesado por tanta belleza, comenzó
a aullarle a la luna, como si quisiera advertirle de esa extraña presencia. Mientras
tanto un ciervo viejo y obeso, pasó corriendo con mucho esfuerzo en dirección a
la loma. Sobre la rama de un árbol, una mona reía dando saltos de contenta por
el suceso y señalaba al cielo con sus manos extendidas. Pasado ese primer
momento de asombro y desconcierto, todos los animales corrían ansiosos guiados
por el fulgor.
La laguna era un esplendor por tanta
fauna agrupada y la verdad revelada llenó a todos de estupor,... -Ahora el gran maestro hace una breve
pausa y prosigue el relato.
- ...Una hermosa rana de piel
fulgente, -muy enamorada de la luna- fue depositando en las diáfanas aguas de
la laguna, una enorme cantidad de espuma blanquecina en forma de anillos, ¡resplandecientes
de brillo! Y esos aros a su vez, creaban espirales de luz pura que se
superponían y entrecruzaban, aumentando el tamaño hasta dimensiones
incalculables. ¡Luego se produjo otro fenómeno! El helado viento norte que cruzaba
la laguna, comenzó a formar nubes de espirales y en sus giros constantes
originaban intenso calor, desparramando franjas estelares de brillo multicolor
por la amplia bóveda negra. ¡Era un espectáculo maravilloso, algo nunca visto!
Ahora el silencio era de catacumbas, la emoción por el relato
los había conmovido. El maestro elefante, con actitud solemne y para continuar
la historia, acomodo nuevamente su garganta, carraspeo un par de veces y
formuló en voz alta esta pregunta:
- ¿Qué embrujo tendría la espuma
salida de esa rana, enamorada de la luna?
El elefante observó a la audiencia como esperando alguna
respuesta, pero sin dar tiempo a intervención alguna, prosiguió diciendo con elocuencia
y dulzura:
- Bien, según el argumento de esta
historia verídica, la rana puso esos huevos sobre unas lajas blancas,
relucientes. Esas piedras radiantes y la “magia” de la bruma, hicieron que la
fortuna provocara aquel calor, elevando las brillantes luces y formando un
largo corredor de estrellas hacia la luna, desarrollando de ese modo en el
cielo, el universo estelar que conocemos.
El maestro estaba terminando de decir esto último, cuando el grotesco
bostezo del hipopótamo lo interrumpió y luego de hacerle un gesto con su trompa
para pedirle silencio, se dispuso a concluir el cuento de este modo:
- Es por eso, amigos, que en cuanto
anochece y apenas sale la luna, una
diadema de espuma en forma de estrellas corona el cielo infinito, concluyendo
de ese modo con la larga noche bruna. Por último, quiero decirles que si
prestamos atención en esas noches estrelladas, habrán de escuchar como la rana
llama reiteradamente a sus crías, con un infructuoso y dolorido croar.
Al finalizar el elefante su relato, los presentes felicitaron
al “gran maestro”. La ardilla comenzó a aplaudir con su cola sobre el lomo del caballo,
el papagayo de bellos colores, excitado por el relato, comenzó a volar en círculo
por sobre los presentes al tiempo que repetía: ¡Viva, viva! ¡Viva el maestro!
El león anunciaba la continuación del tema sobre la creación
del universo, a realizarse una vez pasadas las siguientes lluvias, que es la época
en que crecen los pastos y las plantas reverdecen para luego darnos los
sabrosos frutos, elementales para la alimentación y la vida.
PD. Esta historia viene de un tiempo muy remoto, cuando el
hombre aún no había desarrollado su capacidad intelectual y “los animales eran
los felices dueños de la tierra”.