miércoles, 22 de marzo de 2017

LAS ESTRELLAS Y LA RANA - Fábula




“LAS ESTRELLAS Y LA RANA”  Fábula


Hace muchos años, cuando los glaciares se extendían más allá del casquete polar, los animales eran los únicos habitantes que corrían libres en la inmensidad de aquellas selvas, montañas, mares y llanuras. El agua de los ríos corría fresca y cristalina por sus cursos y la naturaleza prodigaba frutas, flores y semillas abundantes, ofreciendo gran variedad de alimentos a una fauna diversa y feliz. En ese contexto pacífico, se reunían para conocerse y conversar animadamente y en ocasiones las mismas terminaban con bailes y canciones. Organizaban encuentros al que concurrían todas las especies del lugar y donde los más viejos relataban leyendas que les habían sido contadas a su vez, -como una herencia- por sus mayores. Los jóvenes seguían esas historias con mucha atención, porque les despertaba curiosidad y al mismo tiempo les permitía adquirir conocimientos. Solían amenizar los encuentros, efectuando movimientos cadenciosos, al son de ritmos que ellos mismos generaban. Golpeaban con sus patas en el piso o sobre troncos huecos y arrancaban arpegios de los mismos maderos con sus garras o picos.
Hablaban un idioma universal y el hombre estaba en una etapa en la que aún no se había desarrollado ni alcanzado su actual dimensión.

En cierta oportunidad, los animales se encontraban en un paraje de la selva formando un gran círculo en torno de un viejo elefante. El “gran maestro”, como lo llamaban todos, se hallaba recostado sobre un enorme tronco, respondiendo preguntas que realizaban los presentes. El león más viejo organizaba y moderaba las charlas y se encargaba de llamar a toda la fauna con unos potentes rugidos, que cruzaban la selva de una punta a la otra.
Habían sido convocados para conocer: ¿Cómo y cuando se formaron las estrellas?          
El entorno estaba cubierto de una pluralidad animal inestimable. Mientras, iban llegando algunos rezagados entre los que se encontraba un zorro, que traía una espina clavada en su pata derecha y que le impedía avanzar ligero, venía acompañado de una tortuga de tierra. Un topo de hermoso pelaje dorado llegó detrás de ellos, -se había extraviado  pues no vio las señales con que habían marcado el camino- y un papagayo muy colorido, que se quedó charlando con cuanto ser encontró en el viaje.
La ardilla, que  había viajado sobre el lomo de un reluciente caballo negro, cuando le llegó el turno de hablar, dio unos golpes con su larga cola sobre la grupa del equino, mientras preguntaba ansiosa:
- ¿Puede decirme maestro elefante, como era ese cielo sin estrellas? ¿Por qué no nos cuenta cómo se formaron?
Y el maestro “que todo lo sabía”, acomodó sus grandes patas en el suelo blando y mientras bamboleaba su pesado cuerpo, inició un golpeteo con sus orejas creando un sonido rítmico y con esa voz que tienen los elefantes, gruesa pero dulce, comenzó a contar melodiosamente lo siguiente:            
- Según el relato de mis abuelos, cuando Dios organizó el universo se propuso crear a los animales, poniendo a su alcance los elementos que le permitiesen adaptarlos a sus necesidades y de ese modo, obtener comida y refugio.
Estaba Dios en esos quehaceres, -faltándole aun crear las estrellas y otras cosas más-cuando sucedió esto que voy a contarles,... escuchen con mucha atención esta historia verdadera, que me llega de mis antepasados los mamuts.

En este momento se fueron incorporando otros animales a la reunión, saludando a amigos y a familiares presentes. A medida que se acomodaban en aquel escenario, iban sumando resonancias al fondo musical, intensificando el ritmo impuesto al comienzo por el elefante, quien ahora proseguía su relato:
- En aquellas noches interminables la luna alumbraba en absoluta soledad, el cielo nocturno era un manto negro sobre el oscuro desierto. El sol no tenía la energía que tiene hoy, por lo que las noches eran largas, muy largas y muy frías.
Todo pasaba de modo natural para aquellos habitantes noctámbulos, hasta que una noche comenzaron a distinguir que cientos, miles de luces, se elevaban desde la tierra hacia el cielo y a medida que volaban y se dispersaban, iban quedando encendidas.
En ese camino aéreo, el resplandor titilante fue iluminando sobre la región, una huella por donde corrían algunos animales, entusiasmados con aquella luz tan mágica.
- ¿Qué es lo que está pasando, de donde sale ese resplandor?, preguntó a un avestruz, un asno ignorante que corría entre los pastizales y el borrico por mirar hacia arriba, se llevó por delante unos palos en cruz, dando varias vueltas en su caída, pero sin sacar la vista del cielo.
- ¡Es atrás de la lomada!, dijo la lechuza en pleno vuelo. Un erizo, -asustado por lo que veía- se convirtió en una bola y comenzó a rodar por la pendiente, dejando sola a la hembra, quien seguía mirando al cielo. Un pequeño jabalí sorprendido por la intensa luz, trataba de seguir el recorrido de esa nube radiante, pero no quería dejar el gran tubérculo que estaba comiendo. El zorro gris embelesado por tanta belleza, comenzó a aullarle a la luna, como si quisiera advertirle de esa extraña presencia. Mientras tanto un ciervo viejo y obeso, pasó corriendo con mucho esfuerzo en dirección a la loma. Sobre la rama de un árbol, una mona reía dando saltos de contenta por el suceso y señalaba al cielo con sus manos extendidas. Pasado ese primer momento de asombro y desconcierto, todos los animales corrían ansiosos guiados por el fulgor. La laguna era un esplendor por tanta fauna agrupada y la verdad revelada llenó a todos de estupor,... Ahora el gran maestro hace una breve pausa y prosigue el relato.
- ...Una hermosa rana de piel fulgente, -muy enamorada de la luna- fue depositando en las diáfanas aguas de la laguna, una enorme cantidad de espuma blanquecina en forma de anillos, ¡resplandecientes de brillo! Y esos aros a su vez, creaban espirales de luz pura que se superponían y entrecruzaban, aumentando el tamaño hasta dimensiones incalculables. ¡Luego se produjo otro fenómeno! El helado viento norte que cruzaba la laguna, comenzó a formar nubes de espirales y en sus giros constantes originaban intenso calor, desparramando franjas estelares de brillo multicolor por la amplia bóveda negra. ¡Era un espectáculo maravilloso, algo nunca visto!

El silencio era de catacumbas, la emoción por el relato los había conmovido. El maestro elefante, con actitud solemne y para continuar la historia, acomodo nuevamente su garganta, carraspeo un par de veces y formuló en voz alta esta pregunta:
- ¿Qué embrujo tendría la espuma salida de esa rana, enamorada de la luna?
El elefante observó a la audiencia como esperando alguna respuesta, pero sin dar tiempo a intervención alguna, prosiguió diciendo con elocuencia y dulzura:
- Bien, según el argumento de esta historia verídica, la rana puso esos huevos sobre unas lajas blancas, relucientes. Esas piedras radiantes y la “magia” de la bruma, hicieron que la fortuna provocara aquel calor, elevando las brillantes luces y formando un largo corredor de estrellas hacia la luna, desarrollando de ese modo en el cielo, el universo estelar que conocemos.
El maestro estaba terminando de decir esto último, cuando el grotesco bostezo del hipopótamo lo interrumpió y luego de hacerle un gesto con su trompa para pedirle silencio, se dispuso a concluir el cuento de este modo:
- Es por eso, amigos, que en cuanto anochece  y apenas sale la luna, una diadema de espuma en forma de estrellas corona el cielo infinito, concluyendo de ese modo con la larga noche bruna. Por último, quiero decirles que si prestamos atención en esas noches estrelladas, habrán de escuchar como la rana llama reiteradamente a sus crías, con un infructuoso y dolorido croar.

Al finalizar el elefante su relato, los presentes felicitaron al “gran maestro”. La ardilla comenzó a aplaudir con su cola sobre el lomo del caballo, el papagayo de bellos colores, excitado por el relato, comenzó a volar en círculo por sobre los presentes al tiempo que repetía: ¡Viva, viva! ¡Viva el maestro!
El león anunciaba la continuación del tema sobre la creación del universo, a realizarse una vez pasadas las siguientes lluvias, que es la época en que crecen los pastos y las plantas reverdecen para luego darnos los sabrosos frutos, elementales para la alimentación y la vida.

PD. Esta historia viene de un tiempo muy remoto, cuando el hombre aún no había desarrollado su capacidad intelectual y “los animales eran los felices dueños de la tierra”.